Pobreza en la opulencia (El Financiero 09/08/10) Araceli Damián* Lunes, 9 de agosto de 2010 El desarrollo tecnológico ha permitido la producción de volúmenes jamás imaginados de mercancías. Los logros alcanzados desde el inicio de la Revolución Industrial hacían suponer que la humanidad superaría la escasez absoluta que había caracterizado las anteriores formas de producción. En medio de la opulencia, sin embargo, la pobreza persiste. Desde el inicio del capitalismo los trabajadores fueron salvajemente explotados, como documenta Federico Engels en La Condición Obrera en Inglaterra (publicado por primera vez en alemán en 1845). Si bien el autor inicia el capítulo dos narrando el asombro que se experimentaba al mirar las maravillas londinenses, aun antes de pisar tierra, advierte inmediatamente el costo humano de tal magnificencia y nos dice: "Después de visitar los arrabales de la metrópoli, uno se da cuenta por primera vez de que estos londinenses han sido forzados a sacrificar las mejores cualidades de la naturaleza humana para hacer realidad las maravillas de la civilización que se aglomeran en la ciudad ...". La inestabilidad laboral a la que estaban sujetos los trabajadores era parte de lo que explicaba su precaria condición de vida. Engels afirmaba: "Si el trabajador tiene la suerte de encontrar trabajo, es decir, si la burguesía le hace el favor de enriquecerse a través de él, le esperan salarios insuficientes para mantener su cuerpo y alma completos. Si no encuentra trabajo puede robar, si no le teme a la policía, o morir de hambre". Reforzando esa idea se pregunta: "¿Quién le garantiza al trabajador que el deseo de trabajar será suficiente para obtener un empleo?" Y responde: "Nadie. Él sabe que el día de hoy tiene algo y que no depende de él si lo tendrá mañana. Sabe que cualquier brisa que sople, cada capricho de su empleador o problemas en los mercados pueden empujarlo hacia el fiero torbellino del cual se ha salvado temporalmente, y en el que es difícil, y en ocasiones imposible, mantener la cabeza fuera del agua". En cuanto a sus condiciones de vida, Engels relata: "Toda gran ciudad tiene uno o más arrabales donde la clase obrera se amontona ... fuera de la vista de las clases más felices ... en casitas casi siempre construidas irregularmente ... Las calles generalmente sin pavimentar, accidentadas, sucias, llenas de desechos vegetales o animales, sin drenaje o canales, pero dotadas en su lugar de charcos estancados y asquerosos. Además, la ventilación es impedida por el mal y confuso método de construcción de las calles, y dado que muchos seres humanos habitan hacinados aquí en espacios pequeños, la atmósfera que prevalece en las calles donde viven los trabajadores se puede imaginar". A pesar de los logros alcanzados por el movimiento obrero, que permitieron a los trabajadores tener mejores condiciones de vida, un siglo después apareció el libro de Michael Harrington (The Other America: Poverty in the United States, 1962), quien mostraba que en la mayor potencia económica, Estados Unidos (EU), habitaban entre 40 y 50 millones de pobres, poniendo en tela de juicio la idea de que el crecimiento económico y la opulencia eran suficientes para asegurar una vida plena a todos los integrantes de la sociedad. La existencia de una masa de pobres en ese país era casi inimaginable para el ciudadano común, ya que se creía que el Estado Benefactor y el crecimiento económico experimentado después de la Gran Depresión habían permitido superar los agobiantes problemas de la sociedad estadounidense. De acuerdo con Harrington, se pensaba que "los problemas de la nación no eran ya cuestión de necesidades humanas básicas como alimento, habitación y vestimenta, sino que se consideraban cualitativos, es decir, cuestión de cómo aprender a vivir decentemente en medio del lujo." Si bien la pobreza no tenía las mismas características a la de mediados del siglo XIX en Inglaterra, la actitud hacia los pobres era la misma. Por un lado, los ricos y clase media no se percataban de su existencia debido, en parte, al diseño (planeado o espontáneo) de las ciudades, en las que se segregaba a los pobres en determinadas áreas que difícilmente eran frecuentadas por los de mayor ingreso. Harrington explica además que parte de la ceguera hacia los pobres se debía a que en general éstos vestían bien, y nos dice: "Norteamérica posee el pobrerío mejor vestido que el mundo haya conocido jamás. Por diversas razones, los beneficios de la producción en masa se han extendido proporcionalmente mucho más en esta área que en otras. En EU resulta más fácil andar decentemente vestido que alojarse, alimentarse o recibir servicio médico decente... En las grandes ciudades hay decenas de miles de norteamericanos que usan zapatos e incluso trajes o vestidos cortados a la moda, pero que, sin embargo, tienen hambre." Años más tarde Harrington escribe otro libro sobre la pobreza en EU, pero ahora con el fin de resaltar que la situación de los pobres en su país había empeorado a raíz de la reducción del Estado de Bienestar y de los beneficios a la clase trabajadora impulsada por el gobierno de Ronald Reagan, so pretexto de contener la crisis que venía afectando a su país desde inicios de los años setenta. Como sabemos, las crisis económicas han continuado y los derechos laborales en todo el mundo se han reducido. La pobreza persiste, con algunos matices, pero sigue ahí incrustada cruelmente en nuestra sociedad, mientras somos testigos del cínico despliegue de la descarada opulencia que ha llevado a un manojo de magnates, encabezados por Bill Gates, a regalar una tajada de su fortuna para limpiar su conciencia. * El Colegio de México
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