Explotación y desempleo (El Financiero 26/09/11)

Explotación y desempleo (El Financiero 26/09/11)

Araceli Damián

Lunes, 26 de septiembre de 2011

En esta era de crisis permanente, no deja de sorprender que los capitalistas se empeñen en mantener formas de explotación con extensas jornadas laborales, lo que agrava el desempleo galopante. Las fallas del sistema social han llegado a niveles preocupantes para todos, pero su codicia rechaza cualquier solución.

 

Su actitud no sorprende si consideramos que son los modos de producción basados en la propiedad privada de los medios de producción, lo que permite a la clase dominante controlar el uso del tiempo de la clase subordinada y, por tanto, la riqueza social.

 

Como lo expresa Marx en El capital, dondequiera que una parte de la sociedad ejerce el monopolio de los medios de producción, el trabajador, libre o no, se ve obligado a añadir al tiempo de trabajo necesario para su propia subsistencia, tiempo de trabajo excedentario (plustrabajo), y producir así los medios de subsistencia para el propietario de los medios de producción (1999 [1867]: 282).

 

Además, la explotación que hace el capital del trabajo no tiene límite alguno, ya que, como también menciona Marx, "de la naturaleza del intercambio mercantil (que se da cuando el trabajador vende su fuerza de trabajo al capitalista) no se desprende límite alguno de la jornada laboral y, por tanto, límite alguno del plustrabajo".

 

El capitalista, continúa nuestro autor, cuando procura prolongar lo más posible la jornada laboral y convertir, si puede, una jornada en dos, reafirma su derecho en cuanto comprador. Por otra parte, la naturaleza específica de la mercancía vendida trae aparejado un límite de consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la jornada laboral a determinada magnitud normal (1999 [1867]: 282).

 

En el sistema feudal, la explotación del trabajo tuvo, en la mayoría de los casos, límites impuestos por la forma de organización de la producción y el bajo desarrollo tecnológico. El producto del trabajo servil debía ser suficiente para mantener al señor feudal y a las familias de los productores. Si bien existía una fuerte interdependencia entre clases dominantes y dominadas, la escasa sobreproducción era apropiada por los señores feudales, guerreros y sacerdotes.

 

En muchas ocasiones la pobreza era deplorable y la obligación del pago de impuestos (a la iglesia, al señor feudal, etcétera) significaba la muerte por hambre para muchos.En tiempos de hambrunas, cuando no había sobreproducción, los guerreros y sacerdotes tenían asegurada la misma cantidad de producto, mientras que muchos trabajadores morían de hambre, situación que motivó, en parte, la Revolución Francesa, como queda genialmente plasmado en Historia de dos ciudades de Charles Dickens.

 

En La condición de la clase obrera en Inglaterra, Engels describe las condiciones que hicieron posible la formación de la clase obrera en ese país, al tiempo que el sistema feudal y la pequeña propiedad se vienen abajo.

 

Aunque Engels ha sido criticado por presentar una visión romántica de las condiciones de vida de los trabajadores en el sistema feudal, posiblemente lo haya hecho para contrastarla con la situación del proletariado una vez generalizadas las relaciones capitalistas de producción.

 

La imposición de jornadas laborales extremas llevó a que los capitalistas se apropiaran literalmente de todo el tiempo de vida de los trabajadores, quienes eran explotados desde muy tempranas edades hasta su muerte.

 

El historiador E. P. Thompson retoma las descripciones realizadas por investigadores en la Inglaterra del siglo XVIII sobre las extenuantes jornadas laborales prevalecientes en aquel tiempo.

 

Los trabajadores debían trabajar de cinco de la mañana a siete-ocho de la noche, desde mediados de marzo hasta mediados de septiembre -y de ahí en adelante desde el despertar del día hasta la noche, con dos medias horas para beber, una hora para cenar y (sólo en el verano) media hora para dormir; en cualquier caso, por cada media hora de ausencia se descontaba un penique.

 

Si bien la lucha sindical logró reducir la jornada laboral, como señala Marx cuando se aprueba la reducción de la jornada de trabajo a diez horas, los capitales eliminaron de la cuenta neta de tiempo dedicado al trabajo el destinado a la alimentación y el descanso, derechos que eran reconocidos cuando la jornada legal era de 12 horas diarias.

 

Pensemos en los trabajadores de nuestro tiempo, según la ENOE (Encuesta Nacional sobre Ocupación y Empleo) en el segundo trimestre de 2011, de los 30.7 millones de trabajadores subordinados y remunerados, 8.3 (27.1 por ciento) declaró trabajar más de 48 horas.

 

Si al tiempo que trabajan adicionamos el requerido para trasladarse al trabajo (que en ocasiones puede ser de una hora o más por viaje), el necesario para el arreglo personal y las comidas, podemos decir que en términos reales la apropiación del tiempo de los trabajadores por el capital no es muy distinta de la que prevalecía en el siglo XVIII-XIX. Lo anterior es absurdo si consideramos que además en ese mismo trimestre 8.8 millones de personas declararon ser desempleadas o estar disponibles para trabajar, aunque no busquen empleo.